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MIGRANTES

26 de mayo de 2022

En busca de una vida digna, migrantes desafian a la muerte en el Darién

HONDURAS:
ESPECIAL DE RADIO PROGRESO:
Yajaira Cárdenas es peruana, madre de una niña de cinco años y un bebé de seis meses. Está casada con Isaías Piñero, un venezolano que llegó a Perú hace siete años

América Latina y el Caribe es una de las regiones a nivel mundial que sufre con mayor fuerza las consecuencias de la pandemia, además, las desigualdades sociales que generan los gobiernos de corte autoritario y las políticas monetarias internacionales.

Yajaira e Isaías, a quienes conocimos en la Estación para Migrantes de San Vicente, Darién, Panamá, han resistido a las desigualdades en Perú y Venezuela. “Por motivos económicos, nosotros salimos con la meta de ir a Estados Unidos. Ahí fue donde nos tocó viajar Perú mochileando, jalando cola en Ecuador y Colombia donde nos tocó trágicamente la selva más peligrosa que hay”.

Según el informe anual Panorama Social de América Latina –enero 2022-, presentado por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la pobreza extrema en la región subió a 86 millones de personas en 2021 como consecuencia de la profundización de la crisis social y sanitaria de la covid-19.

A Colombia y Panamá -el último rincón de Centroamérica- las separa El Tapón del Darién, una selva de 5,000 kilómetros cuadrados de pantanos, ríos y una jungla en la que habitan cientos de especies animales. El Darién es nombrada la “Selva de la Muerte”.

Cruzar El Tapón del Darién puede tardar unos diez días. La travesía de Yajaira, junto a su esposo Isaías y sus dos hijos, duró seis días. A lo largo de los días, en la selva complicada como la llama Yajaira, encontraron rastros de animal y personas, carpas hechas y caminos que nunca llegan a un final.

Con apenas unas horas en el Estación para Migrantes San Vicente, a la que llegan en camiones militares como si fuera un campo de concentración, Yajaira recuerda que en el Darién estuvo a punto de perder a su hija: “casi me voy al barranco con mi criatura, la niña mía casi la pierdo”.

El Servicio Nacional de Migración afirma que a diario entre 300 y 500 personas ingresan a Panamá tras cruzar la selva del Darién. Durante la visita a la Estación de San Vicente, agentes migratorios comentaron a Radio Progreso que el 70% de las personas migrantes son de origen venezolano.

Mientras 350 migrantes de nacionalidad haitiana, cubana, venezolana y hasta de Senegal, Gana y Bangladesh esperan salir en buses hacia la provincia de Chiriquí, frontera con Costa Rica, para continuar en la ruta migrante. Isaías, junto a su esposa Yajaira, sigue recordando la travesía por la selva del Darién.

En una de las carpas instaladas por el Servicio Nacional de Fronteras (SENAFRONT) descansan la hija e hijo de Yajaira e Isaías. La lluvia comienza a caer en San Vicente y con ella sienten de nuevo el dolor y angustia que vivieron como padres. Con las imágenes intactas en su memoria, Isaías nos narra que él, sus hijos y esposa pasaron dos días sin probar alimentos.

“El pantano me daba por la cintura. El niño yo le tenía por el pecho y lo levantaba para que no le entrara agua por la boca. Después de cuatro horas encontramos el Río Grande, fue una alegría para nosotros, empezamos a orar porque Dios también existe”, cuenta Isaías.

Yajaira retoma la plática con nosotras. Cuenta que, antes de llegar al campamento, encontraron “unos indios” y les dijeron que estaban a media hora del primer campamento. En ese camino, después de dos días sin alimentos, hallaron aguacates y bananos, Yajaira dice que fue “como ver un pollo o un cancho al horno”.

Isaías y Yajaira, junto a su pequeña hija y su bebé de meses, han logrado sobrevivir y salir de las profundidades del Darién.

El Servicio a Migrantes de Fe y Alegría Panamá, integrante de la Red Jesuita con Migrantes Centroamérica, indica que, de acuerdo a datos oficiales, la selva del Darién ha cobrado la vida de más de 4,187 personas.

— ¿Qué sueñan como familia?

— Soñamos crecer, luchar por la vida, por los hijos, queremos un buen futuro para ellos.

— ¿Dónde quieren cumplir esos sueños?

— En Estados Unidos, allá queremos cumplir nuestros sueños, trabajar honradamente, por la familia de nosotros que está en Venezuela y en Perú; también les falta comida, les falta todo.

La noche del miércoles, 4 de mayo de 2022, Yajaira e Isaías la pasaron en la Estación para Migrantes de San Vicente. Pues no pueden pagar el valor del ticket de abordaje del bus que lleva a las personas migrantes a la frontera con Costa Rica.

El Servicio Nacional de Migración asegura que el gobierno panameño ha logrado que los servicios de transporte privado cobren a menor costo el pasaje hacia la zona fronteriza de Chiriquí. Cada migrante paga 40 dólares para poder seguir su ruta al norte del continente.

Nuevas Fronteras

Seguimos recorriendo la Estación para Migrantes en San Vicente, un lugar controlado por SENAFRONT y el Servicio de Migración. La estación está rodeada de mallas metálicas, en el centro del campo se observan tiendas de campaña y casas de estructura plástica. Hay árboles que sirve de sombra ante el inclemente sol. Ahí nos encontramos con Rodolfo Rangel.

Rodolfo tiene 42 años. El 26 de abril tomó la difícil decisión de abandonar Venezuela. “Debemos buscar nuevas fronteras para poder mantener a nuestras familias. Allá no se vive, se sobrevive”, responde después de preguntarle cómo se vive en Venezuela.

La violencia, la inseguridad, las amenazas, la falta de alimentos y medicinas, y servicios esenciales han provocado que 6 millones 113 mil venezolanos y venezolanas huyan de su país, de acuerdo a los datos de la Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela.

Rodolfo carga su mochila, tiene pocas horas de estar en la Estación, con firmeza dice que su destino final es Estados Unidos “para poder tener un futuro mejor con su familia”.

En Venezuela, Rodolfo trabajaba como bombero y paramédico profesional; conocimientos que sirvieron para ayudar a compañeros y compañeras de camino.

Rodolfo tardó seis días en cruzar el Darién. Tiene claro que no recomendaría adentrarse en la Selva. “Lo pasé yo, pero no para que lo pase mi familia. La única manera que yo pueda ayudar a mi familia es económicamente, o sea, pagar para que ellos puedan llegar a otro país y avanzar por tierra”, afirma y recuerda que su salario en Venezuela era de siete dólares.

De acuerdo a datos oficiales, a partir de marzo de 2022, el salario mínimo en Venezuela será de 126 Bolívares, es decir unos 28 Dólares, o medio Petro, la criptomoneda establecida por el gobierno de Nicolás Maduro.

En San Vicente, en la estación para migrantes, a cada paso hay una historia que escuchar. Antonieta Sanabria también es venezolana. Es de semblante fuerte, parece estar enojada con la vida. En sus primeras palabras dice que viene huyendo de Venezuela y ha pasado una travesía luchando entre la vida y la muerte.

El trayecto como migrante ha sido largo para Antonieta. De su país viajó a Colombia, ahí nació su hijo que ahora tiene un año; su estadía duró poco, pues asegura que en Colombia no hay derechos humanos para los venezolanos, por tanto, decidió probar suerte en Ecuador: “allá trabajaba vendiendo dulces y sobreviviendo”.

Mostrando las vendas de sus pies, llagados de caminar cinco días en la selva, Antonieta cuenta que durante dos días fueron engañados por supuestos guías: “nos amenazaron con armas, nos metían por rutas largas”.

“Anto”, como le dice su esposo, con voz quebrantada, cuenta que en los caminos del Darién mucha gente muere, las mujeres sufren maltratos sexuales. Recuerda que en su grupo viajaba una mujer haitiana embarazada: “estoy afectada con la persona que quedó allá dentro, no le he visto, no llega”.

A inicios de mayo de 2022, la organización Médicos Sin Fronteras publicó una nota informativa en la que uno de sus coordinadores de campo en Panamá manifestó su preocupación por la situación de las mujeres agredidas en la ruta del Darién, puesto que, entre abril de 2021 y hasta marzo de 2022, atendieron a 396 mujeres víctimas de violencia sexual.

Un enfoque de seguridad

«Si algo hemos aprendido, los que trabajamos con población migrante, es que los datos no son del todo fiables, menos si vienen de las autoridades«, afirma Elías Cornejo, integrante del equipo del Servicio a Migrantes de Fe y Alegría Panamá.

Cornejo lo demuestra al recordar las declaraciones de la directora del Servicio Nacional de Migración en Panamá, Samira Gozaine, a la cadena internacional CNN, sobre el ingreso de migrantes por el Darién, en las que aseguró que durante 2021, 144 mil personas cruzaron la selva, sin embargo, la página web institucional registra 129 mil 993 personas.

Como una antesala a la Cumbre de las Américas que se celebrará en Los Ángeles en junio próximo, el secretario de Estado, Antony Blinken, y el secretario de Seguridad Interior, Alejandro Mayorkas, de Estados Unidos llegaron a Panamá el 19 de abril para reunirse con los cancilleres de 20 de países de América Latina.

Tras una reunión con el presidente panameño, Laurentino Cortizo, el vocero del Departamento de Estado, Ned Price, informó que Blinken destacó la importancia de la cooperación regional para garantizar una migración «segura, ordenada y humana”.

Elías Cornejo considera que la visita de los funcionarios estadounidenses es significativa, puesto que el discurso sigue la línea de la vicepresidenta Kamala Harris que dice a los migrantes no vengan, quédense dónde están.

Sin embargo, Cornejo interpreta que la política en Panamá es “que el migrante llegue, lo tiene en la estación migratoria el menor tiempo posible y váyanse para Chiriquí-Frontera con Costa Rica- y sigan su camino, es delegar la responsabilidad en el siguiente”.

Autoridades panameñas, al referirse al paso de las personas migrantes que lograron salir con vida del Darién, hablan de “flujos controlados”, narrativa que es parte de un enfoque de seguridad considera Cornejo: “no es humanitario. Hay acciones humanitarias, pero no son acciones estructuradas, no están diseñadas para responder al problema serio de una población que está vulnerabilizada”.

Los invisibles

De Panamá se dice que solo es un lugar de paso para las personas migrantes que lograron salir con vida del Darién. Sin embargo, cerca de 800 mil personas están residiendo en ese país y se les cataloga como en tránsito.

En la provincia de Panamá está la zona de Las Mañanitas. En el lugar nos encontramos la Casa de Migrantes Padre Pedro Arrupe SJ, antiguo General de los Jesuitas que fundó el Servicio Jesuita a Refugiados (SJR), administrada por Fe y Alegría Panamá.

Manuela es cubana, en 2019 llegó a Panamá. Cuenta que en Cuba la situación económica no es fácil. Antes de su salida, el salario mínimo en la isla alcanzaba los 17 dólares, sin embargo, con la reforma monetaria, que entró en vigencia en enero de 2021, el sueldo se quintuplicó a 87 dólares.

Llegué en avión, nos dieron una visa de turista por 30 días, no regresé más a mí país. Creo que Panamá es un buen país para vivir, no es como Estados Unidos, pero se vive bien”, comenta Manuela, quien forma parte del grupo de personas atendidas por el Servicio a Migrantes de Fe y Alegría en la Casa Padre Arrupe.

La migración irregular en Panamá tiene rostro de mujer. El Servicio a Migrantes de Fe y Alegría registra que el 66% de las atenciones son a mujeres, la mayoría de ellas con hijos nacidos en Panamá.

Manuela es una mujer de pocas palabras. Tiene una hija de un año nacida en Panamá y su hija mayor -17 años- vive en Cuba.

¿Cómo ha sido la experiencia de dejar tu país?, le preguntamos a Manuela. Responde y dice que ha sido muy difícil, toma una pausa y entre el llanto recuerda que lleva cinco años sin ver a su hija.

El recuentro con su hija no está cerca. Manuela está desempleada, cuando puede se dedica al comercio informal. De cada cinco mujeres, atendidas por el Servicio a Migrantes de Fe y Alegría, dos viven solas y sostienen a sus hijos e hijas. Mientras que la mitad de las migrantes no tienen un empleo y denuncian haber sido víctimas de violencia psicológica, física y verbal.

¿Por qué invisibles? Elías Cornejo, del Servicio a Migrantes de Fe y Alegría Panamá, considera que existen tres factores: uno, el clientelismo político, ningún gobierno se va a atrever a regularizar porque sería una baja para sus intereses de poder. El segundo, miedo de la población, hay un temor al migrante pobre, una aporofobia, es decir el rechazo de los pobres. Y, tercero, al gobierno no le interesa bajo ninguna circunstancia reconocer la cantidad de migrantes que hay porque representaría la obligación y responsabilidad de responderles, que, incluso, tienen una gran cantidad de hijos nacidos en Panamá.

Miles de personas migrantes llegan a Panamá, la mayoría luchó en la selva del Darién para salir con vida y seguir su camino a Estados Unidos, el que será igual de difícil ante los muros humanos que imponen los gobiernos de la región como respuesta a las políticas estadounidenses antimigrantes.

Esas políticas antimigrantes nos hacen recordar el encuentro con Yajaira en la Estación para migrantes de San Vicente. Entre el llanto y la desesperación, nos pidió ayudar a todas las personas que se quedaron en medio del Darién, buscando el camino de salida y desafiando a la muerte como la última opción de dar a su familia un mejor porvenir, una vida digna.



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