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MIGRANTES

8 de diciembre de 2021

Mujeres en mudanza, migrantes haitianas expulsadas de las patrias

Y pese a todo, caminan. Caminan atravesadas por expulsiones cíclicas y duelos múltiples, con el recuerdo a cuestas de las hijas e hijos muertos en el camino, con la huella de los abusos sexuales, del machismo exacerbado por la discriminación y el racismo que las marca por el color de su piel; son 6 mil 079 mujeres migrantes de Haití que esperan en la ciudad de Tapachula, Chiapas, fronteriza entre México y Guatemala, a que el gobierno mexicano les otorgue el estatus de refugiadas. Sin embargo, este país les ha negado sistemáticamente la protección, cuestionando la credibilidad de sus relatos; en tres años, sólo a 66 de ellas les ha otorgado la protección que impedirá sean deportadas al país de donde la violencia sistémica las desterró.

Por Ángeles Mariscal

 

TAPACHULA, Chiapas, México.- Juliette tienen 33 años, es una sobreviviente. Supe que se llama Juliette porque su esposo así me lo dijo. Ella nunca quiso hablar, al menos no conmigo, ni con otra persona fuera de la comunidad haitiana; asegura que solo habla creole haitiano, aunque ha pasado casi 10 años fuera de su país.

Cuando la conocí estaba sentada en un banco de plástico, tenía un vestido gris ajustado, que dejaba ver el vientre abultado por sus 7 meses de embarazo. Su cabello de rizos apretadísimos apenas le estaba creciendo, luego de que, en su tristeza, una noche decidió raparse. Era cuando quería morir y lloraba mucho.

Ahora ya sale a la calle, pero su mirada sigue enfocando los recuerdos, cuando en su camino al norte el río de la selva del Darién, el río le arrebató de los brazos a su hijo 3 años. Lo intuyo porque aún entre la multitud que nos rodea ese día afuera de las oficinas de la Comisión Mexicana de Ayuda de Refugiados (COMAR), al sur de México, por momentos se queda ausente viendo hacia la nada.

Luego, mecánicamente, se acaricia el vientre de manera dulce y cada tanto se levanta, toma algunos de los refrescos y agua que, junto con Evens, su marido, vende para obtener algunos recursos que les permitan sobrevivir en esta ciudad. Juliette camina y ofrece las bebidas, luego se vuelve a sentar, ensimismada.

El camino de Juliette inició en julio de 2011, de la ciudad Léogâne, a 60 kilómetros de Puerto Príncipe, capital de Haití. Salió de su patria acompañada de Evens, año y medio después del terremoto que devastó el 70 por ciento de las construcciones en esa isla del Caribe. Salió cuando vieron que la economía local, de por sí erosionada, no les daba para sobrevivir, la inseguridad aumentaba, y con ella la formación de pandillas, los asaltos, las violaciones.

Antes del terremoto Haití ya se encontraba en el lugar más bajo en la escala de desarrollo humano (IDH) en América, que mide la ONU basada en la vida larga y saludable, conocimientos y nivel de vida digno. Con el terremoto la situación empeoró y se aguzaron las problemáticas que  la isla conocida como “La Perla de las Antillas”, tiene desde que sus habitantes -descendientes de los esclavos africanos que fueron llevados con brutalidad a ese país en el Siglo XVI-, se rebelaron y decidieron ser una república independiente.

En Haití se repite la historia de la América invadida, lo que viven ahora en ese lugar de playas turquesa y montañas exuberantes, es resultado de la esclavitud de siglos, de la avaricia de los países poderosos que arrebatan sus riquezas, de las dictaduras y los golpes de Estado para sofocar rebeliones, del intervencionismo moderno disfrazado de humanitarismo pro-democrático, de los conflictos internos y la circulación incontrolable de armas, de las deudas económicas impagables, de los impactos climáticos.

Ahí se vive la paradoja de la tierra paradisiaca y el pueblo pobre, hay playas que son exclusivas para turistas y donde la población local sólo puede entrar si es empleada de alguna empresa. En Haití se vive un proceso histórico de desposesión que, en el caso de la población afrodescendiente, inició desde que sus ancestros fueron arrancados de su continente y vendidos como esclavos en esa isla de Las Antillas. En Haití el sistema expulsa a sus habitantes que no pueden vivir con 2.10 dólares diarios y la violencia a cuestas.

De ahí huyó  Juliette.

 

FUENTE: Radio Progreso HN - La voz que está con vos



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