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14 de mayo de 2022

Vidas interrumpidas: las víctimas del Aeropuerto del Pacífico

EL SALVADOR:
Alza su mirada hacia un árbol de mangos, uno de muchos que tiene en su parcela. Se muestra triste porque dejará su casa y sus terrenos. No es para menos, José Erme Martínez tiene 64 años y 20 de vivir en el cantón Flor de Mangle, en La Unión. La construcción del Aeropuerto del Pacífico lo obligará a desplazarse, aunque no quiera.

Por Kenia Gómez

Tiene dos parcelas, la suya y la de su esposa. Juntos han logrado construir su casa y cultivar la tierra, de eso viven, dice José. Siembra sandías, mangos y otras frutas para venderlas en el centro de La Unión. Pero ahora la incertidumbre de no saber hacia dónde los trasladarán a raíz de la construcción del aeropuerto, lo tiene preocupado.

Es presidente de la cooperativa del cantón y cuenta cómo les costó pagar su propiedad. Es por eso que la noticia del desalojo, y la falta de una propuesta clara de parte del Gobierno sobre el pago de sus tierras, le incomoda. 

“Sería empezar de cero”, dice José, si es que el Gobierno cumple la promesa de comprarles otras tierras para sus cultivos. Flor de Mangle, el cantón donde vive, es uno de los afectados por la construcción del Aeropuerto del Pacífico. Condadillo, Llano Los Patos y El Embarcadero, son otros caseríos donde se prevé que los habitantes  sean desalojados. 

Lo que más siente es perder sus árboles frutales. El temor aumentó cuando empleados del Gobierno pasaron midiendo su terreno y enumerando  los árboles que hay en su propiedad. 

Aunque les han hecho promesas de comprarles las tierras y construirles nuevas viviendas, José no está seguro de que el precio por unos terrenos que le costó pagar, llegue a ser justo. Pese a su evidente tristeza por dejar su hogar, dice que no se opone a marcharse, si es que  el Gobierno le reconoce su esfuerzo y su trabajo de tantos años.

 

Se tiene previsto que este año se coloque la primera piedra de la construcción del Aeropuerto del Pacífico, una promesa de campaña del presidente Nayib Bukele. 

El objetivo del aeropuerto es dotar de una conexión aeroportuaria a la zona Oriental de El Salvador y convertirse en un polo de desarrollo económico. Además de incentivar la demanda de pasajeros, desarrollar el turismo internacional y activar el Puerto de La Unión.

Pero el ambicioso proyecto que se construirá en el Cantón Loma Larga del municipio y departamento de La Unión, podría afectar a por lo menos unas 70 familias, de unos 4 caseríos, que deberán dejarlo todo y comenzar de nuevo. Condadillo, Flor de Mangle, Llano Los Patos y El Embarcadero, están en la zona que el Gobierno ha elegido para construir su proyecto insignia. 

“A causa de la construcción del aeropuerto nos hemos detenido hasta de trabajar” 

José Santos Vasquez es del caserío Condadillo, tiene 60 años y toda su vida ha vivido ahí. Es una zona ganadera y agrícola y a eso se dedica José Santos. Cultiva para alimentar a su familia y el resto de productos los vende para obtener algunos ingresos. 

El anuncio de la construcción del aeropuerto lo frenó este año y decidió no cultivar sandía, que por esta época ya debería estar sembrada.

La zona es rica en agua, lo que facilita el riego para los cultivos. Ese no es un problema para los agricultores. Sin embargo, el proyecto del aeropuerto los ha hecho abstenerse de sembrar porque temen salir de repente de sus casas y perder la inversión.

Mientras el Gobierno les ofrece alternativas, José Santos vive de los ingresos de la cosecha del año pasado porque ya no pudo sembrar este año.  Además, tuvo que detenerse de entregar unas tierras que daría en herencia a sus 9 hijos porque no sabe a qué precio se las comprarán. Asegura que ya están viviendo las consecuencias del proyecto gubernamental.

 

Solo en Condadillo son un aproximado de 30 familias que tendrían que desalojar, pero cuando preguntan hacia dónde los llevarán, no reciben respuesta. Lo único que les han dicho es que están buscando el lugar donde serán trasladados.  

Para los lugareños marcharse de la zona donde han vivido durante muchos años, tendrá una afectación psicológica. Están adaptados. Ahí tienen cerca los ríos para ir a traer agua, los niños están acostumbrados a jugar en los extensos patios de sus casas, incluso los animales se adaptan a los potreros, dice José Santos. Por ahora solo esperan  que se concreten las opciones de los traslados. 

Desde febrero de este año personal del Ministerio de Obras Públicas, MOP y de CEPA comenzaron a visitar la zona, dice Santos. En la primera reunión que tuvieron con las comunidades afectadas abundaron las promesas. Mejores  condiciones en otro lugar, pago de sus terrenos y casas, pero además la construcción de nuevas viviendas, un costo asumido por el Estado. Lo prometido por los empleados de las instituciones públicas quedó grabado en un video que algunos lugareños conservan, como evidencia de lo prometido.

 

Para José Santos lo importante es que el Gobierno cumpla sus promesas. No será fácil para ellos irse de la zona agrícola, pues es su fuente de trabajo. Es por eso que recomienda que capaciten, sobre todo a los más jóvenes de las comunidades, para que puedan obtener un empleo en el nuevo aeropuerto. Esa es su esperanza. 

Está consciente de que la Ley de Expropiación se creó para estos fines y cree que todo está decidido. Es poco lo que puede hacer. Parece resignado. Solo pide que no le violenten sus derechos ciudadanos.

La incertidumbre se respira en los lugareños

Solo tienen promesas, pero nada concreto. No hay detalles de la nueva zona donde vivirán, pero donde habitan actualmente ya se hicieron mediciones  y hasta los árboles al interior de las casas están marcados, listos para ser cortados. 

Según Santos todo el proceso se ha hecho al revés. Primero midieron los terrenos y hasta después llegaron para pedir las firmas que autorizan las mediciones. Es algo ilógico, dice el agricultor.

Los delegados del Gobierno llegaron la semana pasada a Condadillo para solicitar DUI, NIT y las escrituras de las casas. Dominga Martínez se negó a entregar sus documentos y a firmar los permisos. No sabe para qué los usarán, y explica que “así como están estos tiempos no podemos dar el nombre de uno, peor las escrituras porque no conocemos a las personas”, dice Dominga. No entregar la documentación le valió que la calificaran como una persona renuente. Así quedó fichada.

Dominga agrega que les piden la firma, pero no les explican cuánto les pagarán por sus propiedades. Mientras no le den cifras de cuánto vale su casa y cuánto le pagarán, no está dispuesta a irse, pues lleva 42 años viviendo en el caserío Condadillo.

 

La falta de información ha sido recurrente en el actual Gobierno y para los habitantes de Condadillo y Flor de Mangle la historia se repite. A Dominga le preocupa no tener información sobre los traslados. Preguntan, pero nadie sabe nada. 

Su mayor temor es que les mientan, que lleguen a sacarlos de sus viviendas y no les entreguen las casas prometidas.

 

Los habitantes de Flor de Mangle esperan no tener pérdidas por las tierras que compraron hace años. Si el Gobierno se las compra, quieren un precio acorde a la plusvalía.  

En algunas zonas de La Unión los terrenos cuestan hasta 90 mil dólares la manzana, pero si el Ejecutivo quiere pagar poco, no sería justo, dice Jorge (nombre ficticio).

Tiene tres parcelas y con el dinero de la venta quiere comprar en otra zona.  Espera que el Gobierno pague un precio justo, de lo contrario no tendría sentido aventurarse a vender las tierras que tanto les costó obtener.

 

¿De dónde saldrá el dinero para apoyar a las familias?

Hay otras zonas aledañas al aeropuerto que no saldrán afectadas directamente, como el cantón Las Tunas, de donde es originario Santos Quinteros. Es lanchero y conoce el proyecto del aeropuerto porque ha acompañado a algunos empleados del Gobierno desde 2019 cuando comenzaron a merodear la zona. 

Trabaja en el estero El Encantado de Las Tunas y mientras pone en marcha la lancha y muestra una parte del manglar, comenta que el estero está a unos  6 o 7 kilómetros de donde se construirá el aeropuerto. La distancia le hace pensar que no habrá consecuencias para el estero de Las Tunas. 

Aunque no forma parte de los afectados está enterado de lo que les han prometido a los habitantes de Condadillo y Flor de Mangle. A  Santos le parece tentadora la oferta gubernamental, pero se detiene a pensar y algo no le cuadra. El ruido del motor de la lancha, le hace elevar más la voz, se toca el sombrero y tras un pausa se cuestiona, ¿Y de dónde saldrá todo ese dinero?

 

Los residentes afectados de Condadillo y Flor de Mangle no se muestran muy seguros de obtener los beneficios que les han prometido. Además de la incertidumbre, hay tristeza por dejar las propiedades donde nacieron los hijos y nietos de algunos. Para José, amante de la naturaleza y las plantas frutales, dejar sus tierras será duro. Ya se prepara para cuando llegue la hora de partir. Lo ha planeado muy bien. 

Ha hecho algunos injertos de sus plantas favoritas que llevará consigo a ese nuevo lugar, que aún no conoce, pero cada vez está más cerca de llegar, cuando vuelen los aviones por Condadillo y Flor de Mangle y ya no haya espacio para él.

 



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